FICHA DE RUTA:
-Fecha:03/12/2018
-Descripción:
-Distancia: 19,4 kms
-Desnivel+: 1.280 m
-Cota máxima: 527 m
-Dificultad física: media - alta
-Dificultad técnica: baja (rápeles no incluidos)
Cueva Neptuno, entre la playa del Portús y Cala Aguilar, está en el interior del conocido como Cabezo de la Aguja, en la Sierra de la Muela (Cartagena). Oculta bajo la tierra y solo accesible por mar -buceando con botella y en posesión de la titulación- y por la abertura que el colapso de la cúpula de la cavidad ha puesto al alcance de los escaladores, es conocida entre submarinistas, espeleólogos y trepadores, sobre todo del municipio de Cartagena.
Sin embargo, esta joya geológica con un paradisíaco lago azul en su interior, es una de las grandes desconocidas de la Región. A ello ha contribuido el hecho de que llegar hasta donde se encuentra exige una larga caminata, que hay que hacer cargado con el material necesario para rapelar hasta el interior y luego escalar para poder salir de ella: arneses, cuerdas, ochos, mosquetones... Sin embargo, este rincón que ha permanecido hasta hace poco inalterado, ocultando un vergel en el que crecían palmitos, higueras y distintas especies de herbáceas, se ha visto ya perjudicado por el aumento de visitas (una empresa de turismo activo ofrece acceder a ella a grupos bastante numerosos desde estas fechas hasta el final del verano. Llegan en piragua hasta Cala Aguilar, nos cuentan quienes la conocen y la frecuentan desde hace décadas). Hoy solo queda vivo el enorme palmito.
Descubierta en los años 70 por el Grupo de Investigaciones Subterráneas de Cartagena, esta cueva es fruto de la disolución de las calizas azules del Triásico en las que se ha formado. Pero antes de sorprenderse con el poder de la naturaleza para construir monumentos naturales, hay que acceder a su interior, ascendiendo por la ladera Oeste del Cabezo de la Aguja.
Allí, con Pedro Rubio como guía y maestro de escalada, nos preparamos para poder, por fin, conocer el interior de este destino mágico. Instala un pasamanos con cuerda o línea de vida, para que «la seguridad ante todo» sea el lema de esta increíble aventura. Precisamente esto permitirá a los cinco integrantes de la expedición moverse seguros por lo alto de la pared, antes de comenzar el descenso al interior.
Asegurados con cintas exprés y mosquetones a la línea de vida, hay que desplazarse hasta la reunión, donde, con un ocho y un mosquetón, nos engancharemos a la cuerda por la que rapelaremos al interior. Haciendo frente al vértigo, nos dejamos caer de espaldas para ir descendiendo sin prisa pero sin pausa hasta el suelo de la cueva.
La entrada a la cavidad, de 132 metros de altura desde su base hasta el techo, pone ante los ojos de los visitantes unas increíbles paredes plagadas de cascadas de estalactitas, de cortinas que parecen auténticas sábanas colgadas de la roca o banderolas de una justa medieval. Si descienden la ladera interior, de tierras oscuras, casi negras, llegarán a la orilla del lago salado subterráneo. Sus aguas transparentes dejan ver el fondo a la perfección y reflejan las curiosas formaciones que el agua y el paso de los siglos ha tejido en las rocas. Incluso, se pueden observar las enormes estalagmitas submarinas que atesora este espacio de cuento. Sobre ellas, todavía caen las gotas que han construido a paso lento esas formaciones.
El agua, algo menos salada que la del mar, alberga también fauna. Peces que nadan confiados sabiéndose a salvo de predadores y pescadores.
Es inevitable caer en la tentación de sumergirse en este lago azul, una masa de agua a través de la que se filtra la luz exterior, que la colorea con tonos casi tropicales. Precisamente ese punto, iluminado por la claridad de la luz solar que refulge fuera, es el itinerario de acceso de los buceadores, que tienen que sumergirse unos 12 metros y bucear a lo largo de unos 40 para emerger en el interior de la cueva. Aprovechen la agradable temperatura y la humedad del interior para dejar pasar las horas más tórridas del día, antes de iniciar el duro camino de vuelta. Y recuperen fuerzas para escalar la pared que les separa de la tierra firme del Cabezo de la Aguja.
Pertrechados de nuevo de arneses, mosquetones y cuerda, bien asegurada con un 'grigri' por Pedro para evitar caídas accidentadas, superen sus miedos y afronten el reto de escalar los 15 metros de trepada que les permitirán abandonar este remanso de paz.
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